Podemos
aferrarnos con uñas y dientes a las cosas que más amamos, quizás pensando que
de esta manera podremos retenerlas eternamente con nosotros. Este
comportamiento requerirá de mucha engría, tanta que en algún momento nuestros
dientes se debilitara y nuestras uñas se romperán y la vida continuara su
movimiento.
Nada
ni nadie puede detener el movimiento de la vida. Aquellos que se creyeron
dueños del mundo en su momento tarde o temprano terminaron viviendo las
consecuencias de algún movimiento. Mientras más retienes el moviendo mayor
fuerza toma, por eso muchas veces pequeñas Olas, se convierte en Olas mortales
que se llevan todo a su paso. Nada crea más fuerza que tratar de detener el
flujo natural.
La
vida es movimiento, nada muestra con mayor certeza la vida que el constante
movimiento tanto interno como externo. Mientras más nos movemos más vivos
estamos. Es importante saber seguir el ritmo. A veces toca rápido, otras veces
moderado y en algunos momentos lentamente. Comprender que cada vez que se
detiene el flujo, se estanca de alguna manera la vida es fundamental para
soltar y dejar ir.
Nada
permanece igual, todo va cambiando, dos tazas de te no son iguales, dos
abrazos, dos historias, el sentimiento de ayer nunca será el mismo de hoy
aunque nos forcemos para sentir lo mismo, en especial porque ya no somos los
mismos, ni los demás tampoco. Puede crecer, puede disminuir, puede ser
parecido, pero en el fondo nunca será igual.
El
movimiento de la vida nos regala una lección de desapego y libertad. Esto nos
genera ruido ante la programación social que nos invita al apego, seguridad y
condicionamiento para sentirnos seguros. La verdadera seguridad debería fluir
de la certeza de que todo es pasajero, de la fe de que todo estará bien, de la
confianza en nuestra capacidad para seguir adelante y de la esperanza de que
cada nueva ola traerá todo cuanto necesitamos y merecemos.
Bailemos
al ritmo de nuestra vida, la música de nuestro corazón nos marca el paso.
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